viernes, 18 de enero de 2013


EL FANTASMA DE LA BOTELLA

El fantasma de la Botella ya se ha cobrado sus primeras víctimas culturales: teatros públicos abandonados, como el Teatro de Madrid, o sin programación estable (el Conde Duque, el Galileo…); el Museo de la Ciudad cerrado, el de la Historia sin terminar, varias bibliotecas pendientes de inaugurar (Casa de Fieras, Carabanchel); centros culturales cerrados porque se caen los techos, como el caso del Fernando de los Ríos, o con cursos y talleres cuyos precios triplican los de otros centros públicos (Sanchinarro); y, además, un Planetario abandonado a su suerte y al margen de la modernidad. Así es el vendaval ocasionado al paso del fantasma cultural de Ana Botella.
Un fantasma que, encima, hace demasiado ruido cuando anuncia voluntarios para sustituir trabajadores, o “el gran plan escénico para los teatros”, o un Plan Estratégico de la Cultura para Madrid que no se concreta. A lo largo del 2012 Madrid ha perdido demasiadas dotaciones culturales mientras se contratan más y más altos cargos, directivos que, dicho sea de paso, no acreditan experiencia alguna en muchos de los casos.
No es noticia que el equipo de gobierno del ayuntamiento madrileño desconoce y desprecia el patrimonio cultural de la ciudad. Lo que quizá se ignore es que su gestión está ocasionando que los madrileños estén perdiendo sus posibilidades de acceso a la cultura, tanto en lo que se refiere a su patrimonio como en la forma de programación. Hoy Madrid tiene una menor y peor oferta cultural que hace unos años y eso tiene un nombre, Ana, y dos apellidos, Botella y Villalonga.
El nuevo equipo de Las Artes, por desconocimiento, ignorancia o desidia, está provocando el desastre cultural. Su pensamiento único se ceba en cesar a los equipos anteriores para incorporar lo que ellos suponen figuras de la cultura para después, en menos de un año, cesarlas de nuevo y volver a empezar. ¿Cuál es el fin que se persigue? ¿Cuál el proyecto? No se sabe, salvo que se reduzca a publicitar una gestión que después no se lleva a cabo.
Todo ese ruido fantasmal de cadenas se reduce a una realidad que debería avergonzar a quienes aspiran a pilotar un proyecto magnífico para que Madrid sea el centro de atención mundial con la celebración de unos Juegos Olímpicos. No les será fácil explicar por qué el Museo de la Historia lleva cerrado una década, por qué el Planetario ha sido abandonado, por qué el Centro Conde Duque es una ruina nada más ser inaugurado y para qué despilfarran en Centro Centro como si Madrid necesitara ese espacio cultural a precio de “la milla de oro”. Y, lo que es más grave, por qué se han cerrado y abandonado dotaciones que eran un referente cultural de la ciudad sin afrontar inversiones imprescindibles en bibliotecas para unos distritos tan necesitados como Villaverde u Hortaleza.
No hay excusas. Cuando la preocupación se reduce al cese y nombramiento de directores generales de áreas como Paisaje Urbano (que debería trabajar en la estética de la ciudad, tan pendiente siempre de mejora), en la de Planeamiento y Evaluación (donde dos directores generales con sus correspondientes equipos sólo han podido trabajar un año antes de ser cesados), en la creación de nuevas direcciones generales de dudosa necesidad (como Museos y Música) y el nombramiento de un coordinador general que cada día tiene más poder, las explicaciones pueden darse, pero creerlas es tarea mucho más difícil. Y sigue el carrusel de ceses y nombramientos de directoras generales, como en Bibliotecas y Archivos, o Patrimonio. Con tantas idas y venidas, con tantas vueltas, es natural que estén mareados y ya no sepan qué hacer ni qué vía tomar.
Tan natural como que en el área de las Artes nadie pueda trabajar ni alcanzar resultados porque los altos cargos van y vienen de la sociedad pública que administra la cultura del Ayuntamiento, MACSA, directivos que cambian sin que se sepa el porqué, aunque no sea descartable la sospecha de que su fin sea confundir los gastos propios a costa del presupuesto que debería destinarse a las actividades de la sociedad.
Todo ello por no hablar del desprecio y arrinconamiento a los profesionales que conocen la ciudad y sus centros, museos y teatros. Esos profesionales y técnicos que han dejado de lado, si son funcionarios, o en el paro, si no lo eran.
La gestión cultural de Madrid, como consecuencia, se ha vuelto culturalmente confusa, despojada de referencias y prestada a la mediocridad o al interés particular, con o sin contraprestaciones. El ejemplo más evidente es el palacio de Cibeles, que ha pasado de ser un centro de la ciudadanía a convertirse en un remedo de centro cultural, y que ha inaugurado esta Navidad la primera de sus exposiciones de pago, la de La Casa de Alba, a 10 euros la entrada, con una inversión publicitaria desproporcionada respecto a cualquier otra oferta de cultura pública, incluida las del Museo del Prado.
 Por si no fuera despropósito suficiente, la supresión de toda colaboración municipal con instituciones culturales de primer orden, como la Residencia de Estudiantes, el Ateneo, el Círculo de Bellas Artes o PhotoEspaña, hablan a las claras de la desafección del Ayuntamiento de Madrid por la cultura y por los madrileños.
En el carrusel de una gestión confusa y ocultada a los madrileños por las sábanas fantasmales de algunos eventos cuya supresión les saldría políticamente gravoso, tan sólo una cosa ha quedado clara: la vocación del equipo Botella no es invertir en cultura, en formación ni en el crecimiento cultural de los vecinos de Madrid, sino recaudar, ingresar fondos mediante el patrocinio o el alquiler de espacios –como la galería de cristal de Cibeles, las salas de Conde Duque o las del centro cultural de Sanchinarro-, para saldar el despilfarro de los gobiernos municipales del PP de los últimos años, una deuda que a los madrileños les cobran en tasas e impuestos y se les arrebata en Cultura. Así es muy difícil que Madrid sea un referente y que los madrileños nos sintamos orgullosos de la que fue capital cultural de Europa dos décadas atrás.
Claro que, conociendo el espíritu de Ana Botella, el abandono de la cultura era previsible con cualquier excusa que sirviera para asustarnos.
Cosas de fantasmas.

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